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El dolor es siempre el mismo: cómo podemos nosotros que somos relacionarnos con lo que ya no es. La relación es imposible, porque ya no es, y nosotros, todavía, somos. Lo que ya no es es diferente a lo que nunca fue ni será. Se trate de la muerte de alguien que amamos, de la muerte de un amor —aunque la persona que lo encarnaba siga viva—, de una amistad, de una parte de nosotros mismos, de una forma de nuestro pasado, de la nostalgia de un país, en cualquier caso el dolor es el mismo.

Por eso digo que el Dolor es uno solo. Existe fuera de nosotros y no pertenece a nadie. Es anterior a cualquiera de nosotros, y siempre sobreviviente. Es una nube invisible que flota alrededor del planeta y se manifiesta ora acá, ora allá, con distinta intensidad y frecuencia según lo que a cada uno le toque en suerte vivir.

Por ser siempre igual a sí mismo, hermana. Porque no es de nadie, nunca se queda de más. Es incomprensible, e intolerable, y nadie en su sano juicio va en su busca. Sin embargo, cuando cede, cuando comienza a alejarse, vemos que nos dejó fortalecidos. Lo que alguna vez fue ya no es, sin embargo sigue viviendo de mil maneras en nosotros. Seguirá viviendo hasta que nosotros mismos pertenezcamos a lo que ya no es, y el dolor visite a quien nos extrañe.

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