El vendaval
Mi mundo es neblinoso, de contornos difusos, plagado de sombras en movimiento y confusión. En él yo cumplo los deberes que me propuse cumplir, y así tengo un empleo, estudio una carrera, atiendo a mi familia, intento estar enterada de Lo Que Pasa, etc. Pero por debajo y por detrás de todo esto, quizá un poco al costado, siempre permanece con buena salud, acallada pero indómita, la sospecha de que escondo un centro duro, un carozo inexpugnable de dulzura contenida, dispuesto a estallar en mil pedazos y empalagar a más de cuatro, saciar hasta el hartazgo y la placidez a cualquier desprevenido que esté en el cruce de la onda expansiva. Me imagino, por ejemplo, un día cualquiera, dispuesta a entrar al trabajo, caminando por alguna calle céntrica. Ahí estoy yo, encorsetada, la cara tensa, los hombros rígidos, digamos que nada me anuncia mi próximo vendaval de caramelo. Como de costumbre, mi paso es rápido, las manos están en los bolsillos, no miro a nadie. Quién sabe en qué estoy pensando, tan concentrado mi ceño, tan abstraída mi expresión, ¿no? Llego a la bocacalle. Y de pronto, sorpresivamente, inesperadamente aún para mí, en el instante en que estirando mi pierna izquierda mi pie izquierdo busca el cordón de la vereda, mi cabeza gira un cuarto de vuelta para verificar si el paso está libre, y mi pierna derecha se apresta a pegar un envión hacia adelante, en ese digamos quasi salto casi vuelo que me hacen dar mis piernas, en ese segundo en que no toco la tierra, mi carozo inexpugnable decide brindarse al mundo. Se escucha un gran estruendo, yo también lo escucho sin entender de dónde proviene, y al mismo tiempo siento aire, cada vez más aire, aún más y más aire abriéndose paso entre mis órganos, buscando espacio entre un músculo y otro, soplando con fuerza todas mis venas. Y puedo verme expandida, cubriendo la ciudad como un globo inflado con alas, como un nuevo big bang de amor que estalla arrojándome al infinito. Y cuando miles de rostros se elevan buscando en el cielo una explicación, yo caigo sobre ellos como una blandura nueva, los empapo calándolos hasta los huesos de un éxtasis más brillante, les renuevo la sangre por una más estremecida, más corazón de hierba al viento, más cuerpo tenso de deseo. Y constituyéndome en cada uno busco más sol, más luz, todas las puertas se abren, todos los géneros caen al suelo, todos llevamos en una palma nuestro corazón y lo ofrecemos alegremente a cambio de hospedaje.
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