Divina geometría

El primer triángulo de la historia fue entre un hombre, una mujer, y un ser sobrenatural: una serpiente que hablaba y no reptaba, caminaba sobre sus patas y era de extraordinaria belleza, como todo enviado de Satán. O Dios. El primer triángulo de la historia fue, como todos los triángulos amorosos, un cuadrado: Adán, Eva, la serpiente y Dios. Algunos dicen que la serpiente estaba enamorada de Eva y la tentó para que Adán muriera. Quizá la serpiente estaba enamorada de Dios, y no se le ocurrió mejor idea para atraer la atención del Todopoderoso que provocar un cataclismo. O era Dios el enamorado de la serpiente y no le perdonó un picnic amistoso con la nueva vecina. Al fin y al cabo, ¿de dónde proviene la versión más difundida?

Tal vez era un pentágono: Adán, Eva, la serpiente, Dios y Satán, que era un ángel extraordinariamente bello y poderoso. Hijo dilecto de Dios, estaba sin embargo celoso de Adán. ¿Cómo es posible? A menos que Satán estuviera enamorado de Dios. Y Él no debía de ser indiferente a sus encantos, si no, ¿por qué Satán reaparece a cada rato, aun después de haber sido expulsado?

Las cosas se complican pero la geometría no nos deja mentir. Aunque añadamos más y más lados, sabemos: también existen las diagonales, y ellas se juntan en un centro. Todos con todos. O nadie con nadie. Un centro puro, neto, adimensional y ajeno al cosmos, que concentra, sin embargo, toda la energía del universo. Podemos sumar y restar lados. Pero con la geometría no podemos: ese punto ciego donde todos confluimos y que, al mismo tiempo, nos atraviesa, no podemos moverlo ni un pelito.

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