Fue porque todos dormían que nadie movió un pelo cuando la tormenta que sacudía la ciudad se enrolló en una bocacalle y entró al consultorio como un maremoto.
En la sala de espera
Estamos en la sala de espera del consultorio de un renombrado oculista. Todo tiene el aspecto esperable; hay mucha gente, pero eso no es motivo de extrañeza. Poco a poco, empezamos a notar cosas que no son las acostumbradas. Una joven sentada como una esfinge no realiza ningún movimiento ni da muestras de vida. Comenzamos a sospechar cuando la asistente del oculista la endereza como a un cuadro. Dos niños comienzan a discutir desenfrenadamente en un rincón por un juguete; el conflicto termina cuando uno saca un revolver de su bolsillo y mata al otro a tiros. Dos hombres que minutos antes se consideraban desconocidos comienzan a hablar amigablemente, cada vez más íntimamente, hasta descubrir alborozados que son hermanos. Una viejita sentada en un rincón se queda cada vez más quieta, más blanca y más muerta, mientras surgen vendas que la cubren hasta momificarla. Un niño se queda dormido. Poco a poco todo el consultorio se puebla con sus sueños. Un señor muy respetable y muy respetuoso se oculta tras la lámpara de pie con una mujer tan despampanante como desnuda salida del sueño del niño. Una dama muy ama de casa que trajo a sus cinco hijos seduce a la enfermera. Todo el consultorio decide tomar represalias contra una niña con el nombre de la Virgen , aparentemente fundadora de las Tres A, y la crucifica. Un pintor al que le han diagnosticado un principio de ceguera invoca a Borges y comienza a pintar su última obra en la pared de la sala. Todos los presentes coinciden ahora en acuchillar a la madre de la crucificada. Una estudiante que se encuentra en la víspera de un examen comprende la imposibilidad de estudiar en ese lugar y tiene un ataque de locura; se pasea por toda la sala con una larga túnica negra, mesándose los cabellos, declamando el canto V de la Odisea y el monólogo de Molly del Ulises de Joyce. Repentinamente todos los artefactos eléctricos comienzan a funcionar acompasadamente, sumiendo a la gente en una tranquilidad de siesta provinciana.
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