La arena era clara y radiante como el día; sol y arena se encontraban disfrutando sus semejanzas, se deseaban; cada grano de arena un sol diminuto bajo mi espalda; el sol un gran grano de arena que me abrigaba desde arriba.
El aire navegaba entre nubes quietas; acariciaba mi cuerpo, la piel del mar; se iba dejando nubes inmóviles.
El mar murmuraba en mis oídos, insinuaba secretos que no se atrevía a pronunciar, se acercaba buscando cómo hablar y se retiraba como si de golpe recordara que había dejado algo olvidado en otro lado.
Cuando despierto, el rumor del mar habita en la respiración de mi amado.
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