Dos hombres sentados en la barra de un bar. El más joven, poeta, entregó al otro un sobre con poemas ajenos, probablemente del Siglo de Oro español. Llega un tercer hombre, trajeado, seco, duro; el poeta queda sutilmente excluido de la conversación. El recién llegado, viejo y elegante, cabecea imperceptiblemente hacia el poeta, sin mirarlo, y pregunta
¿éste también? El otro, con aplomo, contesta no, éste no, y el viejo se lleva el sobre. El poeta sospecha que acaba de entregar a alguien. Pero, se dice, como elegí poemas del Siglo de Oro, no le pueden hacer nada a sus autores, porque murieron hace siglos. Si hubiera elegido autores contemporáneos, amigos míos, ¿qué habría pasado? Y un frío tenebroso corre por su cuello porque ve que se salvó por la frase no, éste no, pero no sabe cuánto tiempo más podrá sobrevivir.
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