Los santos sabios de los tiempos antiguos hallaron el círculo, y vieron que el círculo era bueno. Contemplaron el cielo y vieron el sol que nace, crece, declina y desaparece para luego renacer; vieron la luna que nace, crece, se llena, para luego menguar, ocultarse y reaparecer; y vieron las estrellas, rajaduras luminosas en el telón oscuro de la noche, girando año tras año con paciencia infinita. Los santos sabios se volvieron entonces hacia la tierra y contemplaron los brotes primaverales naciendo, creciendo, fructificando, replegándose para dormir su noche blanca y después reverdecer. Los santos sabios se volvieron entonces hacia el agua y vieron la lluvia cayendo en la cima de las montañas, bajando por sus laderas como riachos, confluyendo en torrentes, fundiéndose con el mar para luego subir de nuevo al cielo y volver a caer en las alturas. Entonces los santos sabios se contemplaron a sí mismos y vieron el mismo círculo: del vientre a la luz, para crecer, multiplicarse, declinar y volver al vientre, generación tras generación.
Los santos sabios de tiempos antiguos vieron que el círculo era bueno, y lo pintaron en sus templos y en sus mentes para contemplación y felicidad de todos los hombres. Habiendo penetrado el orden del mundo externo y la propia interioridad en su núcleo más profundo, comprendieron el destino. Con ramas de artemisia crearon el oráculo para ayudar a los hombres a penetrar el misterio de las luminosas divinidades. Pronunciaron estas palabras: Shri - Chakra - Sambhara - Tantra, y el círculo se hizo. Con jaguares y cacao y pirámides de sol el círculo echó a rodar. En cavernas de piedra, con pieles de oso, señalando las cuatro direcciones, sobre una flor de loto, abarcando en su centro el abrazo de Shiva y Shakti, trazando el mundus a su alrededor, reuniendo todas las fuerzas: las creadoras y las destructoras, luz y sombra, wayang sobre su kelir, yin y yang, Marduk y Tiamat, Seth, Isis y Osiris, Proserpina en el Hades y fuera de él, el círculo giró como una rueda sin fin e hizo felices a los hombres.
Pero llegaron los profetas, trayendo consigo un cuchillo muy grande, y al círculo le hicieron un corte. Tomando los bordes abiertos de la herida, tiraron, tiraron y tiraron hasta alisar la onda, y el círculo se transformó en línea. Ataron un extremo a una piedra, y dijeron "génesis". Ataron el otro extremo a otra piedra y dijeron "apocalipsis". Y no permitieron que nunca jamás los extremos se reunieran.
El círculo quedó roto. Exhausto. Caído por tierra. Inmóvil. En su lugar una línea: algo que empieza no sabemos cómo, dura no sabemos cuánto (apenas un rato a la buena de Dios) y se acaba de golpe. O si no algo que dura eternamente hasta perderse de vista en el infinito, como la línea muerta de los electrocardiogramas nulos. La línea es pena, inquietud, sinsentido, e hizo que los hombres empezaran a temer la ira de Dios y olvidaran los círculos celestes y terrestres, que olvidaran que sin luz no hay sombra, y desearan quedarse siempre del mismo lado del tablero. Desde entonces Occidente vive penando, y como una peste contagia su pena a quien se le ponga a tiro.
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