Después de una rencilla familiar (una pelea con su hermano de calibre mayor que las habituales) Amaterasu se encerró en una cueva celeste y trabó la entrada por dentro. No salgo más se dijo. Van a ver, ja. Lo de “Van a ver” no podía ser más metafórico, ya que Amaterasu era la diosa del sol. Era, propiamente, el sol, y si a ella se le ocurría quedarse encerrada en su cueva de por vida, el mundo aún increado quedaría hundido en la más ténebre tiniebla por siempre jamás. Mientras del lado de afuera los ocho millones de dioses restantes tropezaban unos con otros, del lado de adentro Amaterasu se aovillaba en un sillón, dudaba ante un libro de poesía y se decidía por una revista de historietas, ponía un disco de Sui Generis y mordisqueaba indolentemente una manzana dejando que el enfurecimiento se le pasara.
Del lado de afuera, los ocho millones de dioses se reunieron a cavilar. Era imprescindible que el sol volviese, pero ¿cómo sacar a Amaterasu de su cueva? Por fin los dioses idearon un plan. Construyeron un espejo gigante y lo ataron entre las ramas de un gran árbol. Encendieron grandes fogatas y trajeron gallos que cantaban todo el tiempo, como si siempre amaneciese. Finalmente, se pusieron a recitar y tocar música con gran jolgorio y algarabía, y le pidieron a Uzume, una diosa muy bella, que bailara como sólo ella sabía. Tanto se divertían los dioses que con sus risas sacudían el cielo.
Tal estruendo hicieron que Amaterasu, del lado de adentro, los oyó y se asombró. Parece una fiesta se dijo. ¿Cómo puede ser que se diviertan sin mí? Destrabó la puerta y asomó la cabeza. Pensé que si yo me iba se iban a quedar todos tristes dijo, y asomó los hombros. ¿Por qué tocan una música tan buena y Uzume baila así? y asomó el torso. Entonces los ocho millones de dioses le contestaron Lo que pasa es que vino a vernos una deidad mil veces más deslumbrante que vos. Y haciéndole señas con la mano agregaron Vení a ver. Mientras Amaterasu salía de su cueva sin poder cerrar su boca, los dioses levantaron el espejo enfrente suyo y le mostraron su propio reflejo.
Mientras ella estaba todavía encandilada, los dioses pusieron a sus espaldas, delante de la entrada de la cueva, una cuerda de paja trenzada que se llama shimenawa. Y le dijeron Ya nunca más podrás ir más allá de esta cuerda.
Gracias a esto, el sol se va todos los días a los confines de la tierra, pero ya no puede irse para no volver, porque la shimenawa se lo impide. Así, Amaterasu vuelve cada mañana y nos ilumina.
Por eso en Japón reverencian la shimenawa, que adorna las puertas de los templos y las calles durante el Festival del Año Nuevo, porque representa la línea que separa lo que existe y lo que no existe, la renovación del mundo en el umbral del regreso, el milagro del retorno de la luz.
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