La primera capa es oscura, muy oscura, amplia e intangible, como una negra niebla de noche. Muchas veces el recuerdo no pasa de esta primera capa que me envuelve sin que pueda distinguir nada ni dentro ni fuera de ella, y sin que me atreva a aventurarme por su interior.
Cuando el recuerdo se desprende de esta primera capa, veo que la segunda es un mar de preguntas y reproches, que se repiten una y otra vez en el mismo orden. Entre una y otra de las apariciones del recuerdo, en estos últimos años, las diferencias más notorias se basan en las respuestas a algunas preguntas; los reproches, sin embargo, aunque me los cuestione, se suceden siempre iguales. Son también muchas las veces en que el recuerdo se queda en esta capa, porque cuanto más desnuda el centro un movimiento, más difícil es realizarlo.
La tercera capa deja atrás preguntas y reproches, y me hace revivir el vigor del momento previo, lo que siento como el hecho bruto en sí mismo, el instante del vértigo más hondo en el que me contemplé de pie al borde del filo antes de arrojarme al abismo. Pocas veces puedo soportar esta tercera capa, y son más las veces en que, estando a punto de desprenderme de la segunda, me la he vuelto a colocar.
Es por eso que puedo llegar a la cuarta capa, el núcleo minúsculo, en muy contadas ocasiones. Sólo al cabo de una inmersión prolongada en la tercera capa, y de brazadas poderosas, llego al carozo de sensualidad pura, el ombligo de placer de una noche eternizada en un recuerdo.
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