Un día una de las dos sintió que el puente se le volvía muy pesado, que se recargaba demasiado de su lado, y cuando no aguantó más derribó su parte, sorprendiendo a la otra que no imaginaba que algo así pudiera pasar.
La caída de medio puente formó un gran estruendo y una nube de polvo. Cuando todo se fue aquietando, la sorprendida vio su medio puente erguido en el aire y terminando en el vacío. Trató de mantenerlo intacto, y durante un tiempo creyó que podría, pero después se dio cuenta de que su medio puente, sin un punto de apoyo del otro lado, caía por su propio peso. Finalmente dejó de hacer esfuerzos por mantenerlo y también esa mitad cayo al agua.
Tiempo después, la que había tirado su mitad comenzó a extrañar el puente. Pensó que reconstruirlo sería tan fácil como derribarlo, y se acercó a la orilla buscando con la vista lo que habría quedado del otro lado para construir hacia allí su mitad.
Pero no vio nada. En ninguno de los dos lados quedaban rastros del puente. El tiempo, el agua, el viento, habían borrado todas sus huellas.
Ahora las dos amigas se saludan cada una desde su orilla, se hacen señas con las manos, gritan a boca de jarro, y cada tanto el viento sopla menos, las aguas embaten menos, y alguna palabra logra atravesar el espacio desde la boca de una hasta los oídos de la otra.
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