Estuve largos años en pareja. Cuando esa relación se terminó, con mi corazón sangrante, me dije el amor es una trampa. Cuando te querés acordar tu vida es un desastre, pero ya es tarde: amás ese desastre. El amor es la trampa más dulce, todo el mundo quiere caer en ella.
Necesitaba soledad para curar mis heridas y me replegué sobre mí misma. Convencida de la trampa del amor, me prometí no volver a caer. Caminando por las calles canturreaba y es así que me digo: no me enamoro de nadie me digo, no me enamoro de nadie mi vida, mi amor. Dejé de responder a las miradas masculinas. Dejé de buscarlas. En cierto sentido, me asexué. Me retiré del mercado sentimental, me puse fuera de circulación. No me aislé de la gente, pero abandoné los amores. Me dediqué a cultivar amistades.
He aquí mi lección: las amistades, cuando son profundas, son muy semejantes a los amores. En cierto sentido, obedecen a las mismas leyes. Ha de ser que si uno tiene desarrollada su capacidad amatoria, amar le resulta tan inevitable como respirar. Indisoluble: respiro, ergo amo. Heme aquí derrotada, sin sexo, con mi corazón cautivo, presa una vez más de la trampa más dulce.
No hay comentarios:
Publicar un comentario