Después de un sábado radiante el clima de Buenos Aires cambió radicalmente y nos ofreció un domingo nublado, pesado y húmedo. En los días siguientes la humedad, la pesadez y el calor fueron en aumento, de forma que, veinte días antes del comienzo del invierno, disfrutamos de una muestra del peor clima veraniego ciudadano. Ese jueves, después de días de temperaturas mayores de veinte grados, humedad del noventa y nueve por ciento y pegajosidad, el mal humor y la gente eran una sola misma cosa indiferenciada, y la sensación de que algo estaba mal en algún lado se había adueñado de cada uno de nosotros. Caminando por la calle con un atuendo primaveral (y un pulóver atado a la cartera, ya que no me resignaba a no vivir en un clima otoñal) comencé a percibir lo circundante de otra forma. Obligada a soportar el clima que menos tolero, asombrada hasta la inquietud ante el agua que surgía de cada uno de los pisos, paredes y techos de Buenos Aires, comprendí que cualquier resistencia ante lo dado carecía de sentido. De hecho, mi cuerpo había reaccionado ante la nueva realidad antes que mi mente, prisionera de viejos conceptos. De hecho, ese cielo pesado y cubierto, próximo hasta la amenaza, ese aire que preludiaba la tormenta y las ráfagas húmedas calientes y ocasionales que se pegaban a mi cuerpo, todo eso armonizaba mejor que cualquier otra cosa existente con mi ánimo turbulento y apesadumbrado. De hecho, era imposible no sentir ese aire pesado húmedo y caliente como el aliento sudoroso de un amante celoso y despechado.
Algo deseaba acercárseme, y no le importaba si para conseguirlo debía sofocar a la ciudad entera y sus habitantes; ese
algo intentaba tocarme por medio de las ráfagas húmedas que impregnaban mi cuerpo. De hecho, no había duda de qué era lo que estaba en juego, ya que mi propio cuerpo había ido adquiriendo la pátina sudorosa que me recubre cada vez que termino de hacer el amor, y mis pechos estaban tensos como el aire, mis pezones pesados como el cielo y mi piel húmeda como el aliento de un beso. La tarde preludiaba uno de esos finales en los que todos nos despojamos sucesivamente de nuestras ropas, de nuestros escrúpulos y finalmente de nuestras inhibiciones.
Al anochecer habíamos apelado a los ventiladores y a la convicción irrevocable de que esa misma noche llovería a raudales. Dos botellas de martini bianco entre tres propusieron una noche donde todo-era-posible una vez que el chaparrón anhelado se hubiera descargado sobre nosotros.
Y sin embargo no llovió, sólo cambió el viento y bajó la temperatura, y a la mañana siguiente, en un típico día otoñal, mirábamos el recuerdo de ese breve verano extra como un objeto proveniente del más remoto de nuestros pasados.
2 comentarios:
Hola Marina!
excelente tu obra, hasta con el aire a café que tiene el paisaje de Buenos Aires. Agradecería me hicieras saber si se editó aquí en Bs. As. ya que me dedico a narración y me gustaría tener tu obra. Saludos!
Hola Morocha! Muchas gracias por el piropo! No, no logré que me editaran en Bs As ni en ningún otro lado, aunque lo intenté, por eso finalmente me decidí por crear estos "librogs". Acá está todo a tu disposición, ya sé que no es lo mismo una pantalla que un libro de papel, a mí me siguen gustando mucho los de papel, pero de momento es lo que hay. Estuve pispeando tu blog, está muy lindo, en cuanto pueda me haré un tiempo para leerlo mejor. Gracias de nuevo!
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